lunes, 20 de diciembre de 2010

Barcelona es Gaudí

Así como Liverpool es de los Beatles y Stratford-upon-Avon pertenece a Shakespeare, no se puede entender Barcelona sin Antoni Gaudí. Si se visita esta emblemática ciudad, sin saber quién es éste, poco se comprenderá, no tendrá el mismo sabor y quizá no se pueda explicar mucho de lo que ahí se ve. Gaudí tiene presencia en mucho de lo que se siente, se observa y se percibe. Barcelona es Gaudí y se encuentra cubierta por su peculiar estilo artístico, incluida la obra más imponente de esta ciudad capital de la Comunidad Autónoma de Cataluña, el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia.

Muchas edificaciones y monumentos hasta ahora en mi estancia en Europa me han atrapado, pero pocos me han despertado tanta curiosidad como La Sagrada Familia. Al verla, de entrada, no supe qué pensar, incluso anoté mis opiniones en mi libreta: “Me parece interesante pero ecléctica, sin duda de un estilo gótico, pero no aquél gótico fantasmal que se imagina cuando uno menciona esta palabra, ya que también tiene toques carnavalescos… simplemente fuera de serie. Una fiesta de infinitos detalles; esculturas de animales y frutas por doquier”.

Al unirme a la explicación de una guía pude comprender más cosas, las otras las tuve que investigar. El templo comienza su construcción en 1882, pero no es hasta 1883 cuando Gaudí toma el control del proyecto. Dedicaría su vida, desde 1914 hasta su muerte en 1926, exclusivamente a esta magna y monumental obra. Se le puede ver muy bien, imponente toda ella, desde el Montjuic, con una vista majestuosa de esta ciudad que se baña con el mar Mediterraneo.

Ha habido mejores y peores tiempos para la construcción de este templo desde 1882. La Guerra Civil española no fue uno de los mejores. Pero con todo y peores tiempos y aquellos 30 años en los que se detuvo su edificación, la Sagrada Familia sigue en construcción hasta estos días. Así es, no ha sido terminada. A Gaudí, según se nos dijo, se le preguntaba que por qué tanto tiempo tomaba esta obra, él simplemente se limitaba a responder que trabajaba para alguien eterno –dios-, por lo tanto no le importaba el tiempo que se tomará, él no tenía prisa. Pero la explicación también está dada por lo minucioso de cada detalle del templo.

Cada parte por pequeña que sea, tiene un claro porqué; Gaudí siempre pensó que la naturaleza debería estar presente en nuestras edificaciones y así se puede constatar. Hay información en las fachadas y en todos lados, no como en las iglesias comunes en que todo se guarda para el interior. La fachada de la natividad es alegre, la de la pasión es dramática e impactante, las torres se abren paso al cielo demostrando su magnificencia. Cuando se está por fuera se piensa que nada dentro podría ser mejor y no es así.

Adentro cada detalle es imponente, agradable a la vista, con una simetría y una combinación de cosas que hacen que todo esté en armonía perfectamente, una bóveda sin igual. De Gaudí aprendí muchas cosas, me dejé sorprenden por muchas de sus construcciones. Rompió esquemas, estudió la arquitectura desde otro punto de vista, dio nuevas técnicas. Pero quizá uno de los detalles que más me encantó, fue que construyó una escuela para los hijos de los trabajadores que lo apoyaban en la edificación de La Sagrada Familia. Muestra de una gran congruencia con su obra.

La pasión y un estilo muy propio y muy auténtico hacen que a pesar de los años, Barcelona siga siendo Gaudí. Se espera terminar este proyecto para el 2026, es decir, para el centenario de la muerte de su creador. Quiero regresar a Barcelona para ese entonces y ser presa de los pensamientos que lleguen a mí al ver esa fastuosa edificación finalizada. Quiero imaginar qué pensaría él, terminaría así su ciclo y estaría muy feliz o tal vez estaría sonriendo y pensativo porque tuvo la razón: nada es eterno en este mundo, ni la edificación del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia lo fue. Su eterno, estoy seguro, estará complacido por él.

Diego Zepeda Acero
Londres, Diciembre 2010

jueves, 9 de diciembre de 2010

Fui de 18 otra vez e incluso más pequeño

La verdad, los que me conocen muy bien, saben el dolor y estrés que me causa eso de cumplir años. No es lo mío, me da vergüenza. Quizá sea un poco de angustia o pesar por el paso del tiempo, ese que es el mejor juez. Gracias a la literatura el ser humano puede hacer muchas cosas que la realidad no permite. En este caso ser más joven. La colección del Fondo de Cultura Económica, 18 para los 18 me lo permitió, al menos en mi corazón y mente. Esta reunión de cuentos -como su nombre lo dice, son 18 títulos para los jóvenes de 18 años- me dejó volver a tener esa increíble edad, si bien llena de inmadurez, tal vez llena de mejores y más arriesgadas ideas.

Es una linda colección, a la vez de ser muy valiosa, es una joya que a modo de compendio me dejó desde el inicio con un sabor de boca exquisito. Daría muchas cosas porque todos los muchachos mexicanos que rondan dicha edad tuvieran a bien leer todos y cada unos de los seis libros, y no sólo ellos, sino que como yo, los más grandecitos nos adentráramos en la lectura. Creo que además de despertar el gusto por la literatura en ellos, todos estos cuentos, nos harían mejores seres humanos, aunque sea un poquito.

Hoy en especial, quiero hablar de uno de mis favoritos: “El libro salvaje” de Juan Villoro. Juan es un escritor y periodista mexicano, quizá uno de los más activos, cuyas opiniones siempre son una buena referencia y se encuentran en los medios más críticos y confiables. En este cuento se exploran muchas cosas que me hacen identificar o incluso desear ser el personaje central de la trama.

Un niño, Juan, enfrenta problemas en casa, un divorcio, una madre deprimida y un padre que huye. No es que quiera vivir un divorcio, pero lo que después se le presenta en su vida es genial, digno de querer experimentarlo. Un tío medio loco, que es de lo más sabio, con una biblioteca cuyos únicos límites son los de la imaginación, rescata a Juan por medio de los libros, su mayor pasión, y eso es sólo el inicio de la aventura.

Grandes lecciones me dio el tío de Juan a mí también, sobre todo en cuanto al tema de los libros, como aquello de que los libros te eligen a ti, no tú a ellos. Ellos, se interponen en nuestro camino, para aprender, para llenarnos, para sentirlos, para vivirlos. Se esconden, se mezclan, se caen del librero, se mueven. Juan conoce el primer amor, el más sincero. Un niño que supera o al menos se distrae de sus problemas por medio de lo que yo considero la mejor terapia: la literatura. Ella lo explica todo, lo supera, lo reinventa.

Ojalá y hubiéramos tenido un asesor tan bueno como el tío Tito en nuestra niñez. Tan inteligente como para pedir que vivamos con él en el momento justo, como sabiendo que lo necesitamos y tan loco que parecen interminables las ideas que se le ocurren; un tipo de Don Quijote encerrado en una enorme biblioteca. Encontrar el “libro salvaje” es la trama, pero yo creo que a través del cuento encontramos cosas mucho más interesantes. Viajamos a hacer un análisis de lo que somos, hemos vivido y queremos en verdad ser.

Me incorporé junto con Juan a esta búsqueda, no sólo por el famoso y escurridizo libro, sino por las aventuras que me distrajeron del mundo real como a él. Es interesante descubrir que lo que buscábamos posiblemente está en nuestras manos, así pasa muchas veces en la vida. En fin. Esta colección me ha dejado ser de 18 otra vez. Pero lo curioso es que este cuento en específico, me dejó ser aún más joven, ya que desde el inicio a Juan le puse mi cara y dibujé todas las escenas del libro en una casa que guardó en mi mente y corazón.

Diego Zepeda Acero
Londres, Diciembre 2010

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Mea culpa


Tengo que comenzar con un “mea culpa” esta columna que de forma muy honesta siempre escribo, eso al menos, creo yo. Antes de conocer a este escritor, como ahora lo conozco, tenía un concepto muy desligado de la realidad, mea culpa. Estando en Londres, no me había llegado una sola buena noticia de Latinoamérica, ya ni qué esperar de México. El mes pasado, la Academia sueca de la ciencias otorgó el Nobel de literatura a un escritor de habla hispana, yo me sentía feliz, no había pasado eso desde que en 1990 lo ganó Octavio Paz, y sinceramente era yo muy pequeño. Corrí y se lo dije a mis estudiantes, un escritor de lengua española, la lengua que ellos estudian con tanto afán, había ganado ese famoso premio.

Pero tenía un sabor agridulce. A Vargas Llosa yo lo había leído hacía ya algunos años, con su obligada novela “La fiesta del chivo”, y me agradó mucho, pero seguía imponiéndose ante mí la imagen del político de derecha que protestaba contra la nacionalización de la banca peruana. La derecha, para ser sinceros nunca me ha gustado, nunca he compartido, ni compartiré su lucha, es más, ni la entiendo. Como secuencia lógica, Vargas Llosa, como persona no me gustaba, pero la lucha de él no se acerca ni un poco a la ideología de la derecha, mucho menos, a la derecha mexicana.


Tuve a bien atender una invitación a un intercambio a España, también el mes pasado, para ser específicos a la hermosa Valencia que se baña con el Mediterráneo. Fui atraído como siempre a las librerías, a ver qué se vende en España, me pregunté. Como también la moda se apodera de las ventas literarias, ahí estaba Vargas Llosa presente, por medio de todos sus libros, a la entrada. Fui tomando cada uno, pero yo me quedé con el “Lenguaje de la pasión”, me atrapó el título, lo compré muy decidido a darle oportunidad a que me cautivara, como había cautivado a la Academia sueca.

Este libro reúne una selección de artículos que Vargas Llosa publicó en su columna “Piedra de Toque” en el diario español “El País”, entre los años 1992 y 2000. Comencé a leerlo y nunca pude dejarlo, en el tren, en las horas libres, en el café. Están tan bien seleccionados los artículos, que perfectamente se pueden analizar las posturas de Vargas Llosa en muchos y muy diversos aspectos de la vida.

Los temas son variados. Desde Marley hasta Paz, desde Mandela hasta Kahlo, fui embrujado por su prosa. Vargas Llosa muestra un amplio conocimiento de lo que habla y conoce bien lo que quiere transmitir, va directo. Igual me despertó las ganas por ir al Carnaval de Río que por ir a la Royal Gallery. Tomé la bandera junto con él, igual por el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, que por el Estado laico como garante de la democracia, por los migrantes o una por una muerte digna. Por cierto, posturas nada defendidas por la derecha.

Peruano de nacimiento y por cobijo Español, es un escritor que tiene muy merecido el galardón y no sólo por lo que ha escrito, sino por lo que ha dicho, por lo que ha manifestado y por lo que ha luchado; en muchas de sus causas el tiempo le ha dado la razón inevitablemente y él lo sabe, que mejor ejemplo que Fujimori. Un amante y crítico severo de la América Latina que lo vio nacer pero también del Medio Oriente que lo galardono con el premio Jerusalem.

Pero ahora, creo conocerlo tan bien, que sé porque incomoda en muchos ámbitos. Porque habla tanto de los caudillos, como del alto clero ultraconservador, de los dictadores latinoamericanos como de la vieja izquierda que sigue aferrada a figuras tan contradictorias como Castro o Chávez, porque habla igual de Marcos que de las incomodas y absurdas “identidades nacionales”.

Creo que el mundo y sobre todo el mundo de habla hispana tiene muchas más lecciones que aprender de Vargas Llosa, todos, sobre todo esos que se creen progresistas y defienden a la Cuba que condenó, a la Venezuela de Chávez y al México de la “dictadura perfecta”, como él mismo lo llamó. Podría decir que defiende por sobre todas las cosas la libertad, es por eso que para mí, nunca será un intelectual ni de izquierda ni de derecha, sino un liberal consciente de su papel en este mundo. Si bien, no estoy seguro si comparto muchas cosas, como el libre mercado o como su postura hacia el EZLN entre otros tópicos, seguirá siendo un referente para mí. Fui presa del arte frívolo y cínico al visitar el Tate Modern y sentí lo que él sintió cuando visitó la Royal Academy of Arts, y sobre todo lo recuerdo cada día al revisar cualquier periódico, me imagino qué opinaría.

Escribo estás líneas desde un lugar que a él le gustó mucho, desde la sala de lectura del Museo Británico, una sala bellísima; una biblioteca a la cual le escribió un epitafio cuando fue trasladada a otro sitio, pero quedó este lugar, en el cual se gestaron muchas de sus novelas, obras, artículos y lecturas. Tengo que confesar que vine para escribir pero con la esperanza de encontrarlo y charlar, pero no está, creo que será en otro momento, ya sea aquí mismo o con otro de sus libros, el siguiente.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Crónica de un “Remembrance Sunday” en Londres

El día domingo salí de mi casa en Londres muy temprano. Tenía la intención de ocupar un muy buen lugar en la ceremonia que encabeza la Reina de Inglaterra año con año: el “Remembrance sunday”. Sinceramente iba más con el morbo de verla a ella que la ocasión en sí. Este día, como el once de noviembre, tienen la intención de recordar a todos los caídos de la primera y segunda guerras mundiales, así como también hacer un reconocimiento a los veteranos sobrevivientes; dos minutos de silencio. Desde hace dos semanas aproximadamente mucha gente en Inglaterra porta una amapola artificial en la solapa por esta conmemoración.

Mi jornada comenzó con un ligero retraso de doce minutos del tren. Esperando también estaban, señores con condecoraciones en el pecho y gorras que parecían ser del ejercito. Sobrios y elegantes, parecía que había un ritual detrás, con el cual se habían vestido esa mañana. Con el paso de los minutos cada vez se veían más. Hice los trasbordos necesarios. Siguiendo a la experiencia y debido a la vaga información que tenía del evento, bajé en la estación donde ellos, los señores con condecoraciones, bajaron. Había cada vez más, se estaban reuniendo en el “Horse Guards”. Sus pasos, permeados de lentitud por la edad; cabezas y bigotes blancos por doquier.

Me dirigí a donde según yo tomaría lugar la ceremonia, en el Whitehall, desde Westminster hasta Trafalgar Square. Se veían muchas personas. De camiones especiales, con rampas automáticas, hacían su arribo veteranos en silla de ruedas. Lucian todos muy entusiasmados; se veían, se saludaban, quizá hasta se sorprendían de estarse viendo de nuevo, otro año, en el mismo lugar.

Pasé la revisión de rutina, por aquello de evitar los atentados. Tomé mi sitio justo frente al “Cenotaph”, detrás de unas mujeres; un lugar muy bueno, ya que debido a su corta estatura, me permitiría ver perfectamente todo. Para esto, faltaba una hora y media. A las once, el Big Ben marcaría el inicio de los dos minutos de silencio con la primer campanada.

Los soldados y guardias ensayando, música clásica de fondo. Personal de limpieza barriendo lo que ya estaba por demás barrer, pero su majestad pisaría ese sitio. Chicos recién entrados en el ejercito hacían estallar las risas de la gente dadas sus múltiples equivocaciones en su ir y venir practicando la entrada. Un grupo de señores a mi lado quitándose en frío con sus botellitas de alcohol.

Justo cuando no sentía ya las piernas, por ahí de las diez treinta, todo comenzó. Los marinos tomando su sitio, los famosos soldados de la guardia de la Reina también, la policía… todos. Los veteranos hicieron su llegada entrando desde Trafalgar Square en dirección a Westminster.

Yo estaba muy emocionado. Ver aquella solemnidad, aquella rectitud, aquella organización, sorprende, me olvidé por un momento de la Reina. La música que tocaba la orquesta enorme de los guardias daba el mejor soundtrack para esa atmósfera. La lluvia nos tuvo respeto y nos permitió estar sin ella hasta este punto. Salieron los representantes de la iglesia. Salieron los personajes del gobierno, Tony Blair y por supuesto el más importante hoy: David Cameron. Después la familia real. Carlos, Ana, el Duque de Edimburgo, el Duque de York y por supuesto su majestad la Reina.

De pie y hasta el frente, ella, vestida de negro. Mirando al monumento. Ese monumento que no es muy atractivo, pero que en esencia para los ingleses tiene un enorme significado, pasan todos y se quitan el sombrero, voltean la cabeza hacia él. Yo lo llamaría una enorme tumba. La primer campanada sonó, un silencio sepulcral. Nunca pensé que entre tanta multitud de gente no sería capaz de escucharse ni un solo ruido. Dos minutos. Cañonazos.

Se le entrega a la Reina su ofrenda de amapolas y la deposita, le siguen en orden de importancia los demás. La orquesta toca. El obispo pasa a decir oraciones y palabras. La gente canta. Emocionados hasta el tuétano, apasionados de verdad. Dios salve a la Reina para finalizar. Sale Isabel II, después todos los demás. Los veteranos desfilan, aplausos para ellos. Parecen miles, las filas no terminan, y es que vienen provenientes de toda la Commonwealth.

Varias reflexiones tengo al respecto de esto que viví. La amapola se porta, dado que es la flor que aparecía en los campos de batalla, ya finalizada la guerra. Yo la porté ya que me parece una interesante metáfora; campos de sangre y terror, a los que la naturaleza intentaba de nuevo vestir con belleza y amor. Siempre recuerdo a mi madre diciéndome lo hermosa que lucía una plaza cerca de casa llena de amapolas. El renacer; aunque la naturaleza lo hace, no del todo el hombre.

Son dos minutos del silencio más profundo. No es una fiesta por haber ganado la guerra, quizá es porque saben también lo que perdieron con ese triunfo. Es un silencio por todo lo que ya no son, por los que ya no están. A mi alrededor todos tenían una historia que contar de la guerra. Seguí mi camino, no sin antes acercarme a ver el monumento más de cerca, esa plancha que se forma de color rojo por todas los coronas de amapolas depositadas en el suelo. Un paisaje que nos debería de recordar lo que no se debe de permitir el hombre, aunque pese a ello, esta ceremonia tuvo lugar también en Afganistán.

Diego Zepeda Acero
Londres, Noviembre 2010



Tres veteranos de guerra caminando por St. James' Park, Diego Zepeda

viernes, 12 de noviembre de 2010

Celebrating life through death

El día de hoy tengo algo que confesar. Nunca en mi vida me había sentido tan orgulloso del día de muertos como estando fuera de México, en Londres. Sinceramente soy partidario de celebrar la vida estando vivos y hacerlo todos los días. Sin embargo, ahora puedo ver claramente que hacer una fiesta por nuestros seres queridos que no están más con nosotros, es una plausible y estupenda forma de recordar lo que alguna vez fue. Ojalá y lo hayamos hecho en vida también.

En mi trabajo, en un colegio en Londres, tuve a bien decidirme por explicar esta semana el tradicional “Día de muertos”. Me preparé con papel picado, litografías, imágenes, calaveras de barro y azúcar. Los chicos se mostraron muy interesados. Les parecía, a pesar de ser una cosa muy rara y digna de un programa de “Aunque usted, no lo crea”, una muy buena idea.

No fue fácil que entendieran conceptos como: “celebrar la vida a través de la muerte”, “patrimonio cultural de la humanidad”, “Catrina”, etc. quizá ni yo los entiendo tan bien. Pero todo esto de la comida, el color, las velas, los altares y las catrinas les agradó o por lo menos eso pude ver por sus reacciones y comentarios. Alguno incluso me llegó a decir con su acento inglés “es algo muy digno para recordar a los muertos”. Se siente fenomenal.

De México, algunas cosas me preocupan –muchas-, algunas me incomodan, otras las evito. Al revisar los periódicos en línea, no encuentro ninguna buena noticia, es más, los cierro con un descontento personal altamente depresivo. Me siento un embajador cultural y representante de mi patria y lo trato de hacer de la manera más sincera y loable, pero por momentos me da tristeza ver la violencia, Temacapulín, la UdeG, la corrupción, el abandono, la impunidad… los mismos y desgastados debates de siempre.

Es por eso que, sentir esa luz de México que brilla desde tiempos prehispánicos es un alivio, es recordar lo que fuimos, somos y podemos llegar a ser. Hoy tomé un artículo del diario “El país” titulado “La mujer más valiente de México”, y a pesar de que podría tener datos alarmantes de violencia, les indiqué a los dos jóvenes con los que tenía clase, que no quería hablar de eso, que no enfocaran su atención en ello.

En el artículo habla a resumidas cuentas de una chica estudiante de 20 años, Marisol Valles, que encabeza la jefatura de la policía de un municipio altamente peligroso. Quería que reflexionaran en la señal que esto daba. Así lo hicieron, me dijeron justo lo que quería escuchar: -de nuevo con su acento inglés- “es una señal para los jóvenes de México y para la paz”, “¡exacto!” respondí yo emocionado.

Emocionado, en un país que tiene también sus debates internos. Que se encuentra ante el recorte más grande de su historia, comparable con el que tuvieron en la segunda guerra mundial. Donde los estudiantes protestan porque tendrán que pagar mucho más por ocupar un lugar en la universidad. Los apoyo en el derecho a la educación y en la necesidad de garantizar su acceso, aunque como también lo pienso para mi país: “la violencia nunca será la respuesta”.

Diego Zepeda Acero
Londres, Noviembre 2010



Yo de la muerte, Diego Zepeda

jueves, 11 de noviembre de 2010

Los zapatos de Zahra

Imaginemos por un momento que nos despertamos por la mañana dispuestos a realizar nuestra labor, cualquiera que esta sea. Pero algo no cotidiano nos sucede. No tenemos nuestros zapatos. No hay posibilidad de conseguir unos. No hay tiendas, nadie que nos los pueda prestar. Nada, ni nadie.

Esta situación, que antes propongo pasar por nuestra mente, puede suceder. Indudablemente no quiero decir que por factores mágicos, travesuras o de alguna noche loca, sino por la pobreza. Sí, por esa pobreza que duele hasta los huesos y de la cual a veces ni nos damos cuenta por el ritmo de la vida o que simplemente por comodidad de conciencia evitamos ver, haciendo alusión a la frase “ojos que no ven corazón que no siente”.

Es decir, el impedimento para realizar las labores no sería el no poder buscar una tienda, no poder comprar en línea o no poder llamar con el celular o teléfono a alguien que nos ayude, sino la falta de dinero para comprar un bien esencial el cual nos protege en el camino, por más turbulento, liso o confortable que este sea.

Sé que no es fácil imaginarlo, yo en lo particular tengo muchos pares de zapatos, y sino fuera así, estoy seguro que encontraría más de alguna forma para que se me compraran, se me prestaran o se me hiciesen llegar, pero hay que considerar algo: no todos tenemos las mismas oportunidades. Si partimos de esa idea, creo que las concepciones previas para abordar cualquier tema (económico, político, social…) serían muy diferentes.

Me estoy dando a la tarea de leer y revisar el “Informe Regional sobre Desarrollo Humano para América Latina y el Caribe 2010”. En su introducción, lo que en el informe se titula “El enfoque del Informe”, viene mencionada una película que se llama “Niños del cielo”. Para bien de tener un panorama más amplío y por inquietud cinéfila tuve que verla.

Aunque en el informe viene una sinopsis, no tan grata porque cuenta el final de este drama. No dejó de sorprenderme y capturarme esta magnífica obra. Por supuesto, les propongo la vean. Esta conmovedora película cuenta la historia de dos niños pobres, hermanos, Alí y Zahra. Por cuestiones del destino y de la mala fortuna, Alí pierde los zapatos de su hermana. Ahí empieza todo.

Deciden ocultar esta desgracia a sus padres, concientes de que no ayudaría en nada a la de por sí trágica vida familiar; una madre que recién parió, convaleciente, un padre que no gana mucho dinero y un casero que los presiona para pagar la renta. Las aventuras se dan porque cada día tienen el enorme reto de usar los mismos zapatos, los de Alí. Zahra los usa por la mañana para ir a la escuela y corre con todas sus fuerzas para llegar a casa de regreso y que Alí se los lleve para ir en la tarde al colegio. Pasa de todo: impuntualidad de Alí en la escuela, encuentros y desencuentros entre estos hermanitos y aventuras que a mí en lo personal me movieron muchos sentimientos.

Como no pretendo contar toda la historia como lo hace el Informe Regional, diría que es una película Iraní que se tiene que ver. Aunque perdió el Oscar a mejor película extranjera frente a la competidora “La vida es bella”, también es una bella película y esto no le quita el mérito a su director Majid Majidi.

Pero la reflexión que quisiera hacer es que la pobreza es un mal que aqueja a muchos, que por desgracia y por cuestiones del sistema se hereda en el gran porcentaje de los casos y que por no comprenderla desde su raíz, o por falta de voluntad, no ha sido erradicada del planeta.

El hombre ha llegado muy lejos, quizá a la luna, a descubrir su genoma, a transplantar amor de un cuerpo a otro, a construir e inventar maravillas en todas y cada una de las artes, pero no ha sido capaz de entender la pobreza. Vinculada está con la falta de oportunidades, que repito, si primero viéramos que no todos tenemos las mismas, la forma de abordaje para este problema sería mucho muy diferente.

Espero que después de leer el informe, comprenda más cosas. América Latina y no sólo Iran tiene mucho que hacer. Quiero soñar, quiero creer todavía en el hombre, aunque desde la Biblia, desde Zola, desde Víctor Hugo, desde Shakespeare se me planteen panoramas nada dignos. Me quedo yo, imaginando un mundo como el dibuja Galeano en su magnífico discurso: “El derecho al delirio”. Que aunque ni la ONU, ni nadie lo ha declarado como derecho humano, yo me lo tomo como derecho, y muy en serio.

Diego Zepeda Acero
Londres, Noviembre 2010

domingo, 20 de septiembre de 2009

Llamado a hablar mal de México*
DENISE DRESSER

Y en los tiempos oscuros, ¿habrá canto?
Sí. Habrá el canto sobre los tiempos oscuros.
Bertolt Brecht





Hace unos días, el presidente Felipe Calderón criticó a los críticos y convocó a hablar bien de México: "Hablar bien de México, de las ventajas que México tiene… es la manera de construir, precisamente, el futuro del país". Y de allí, siguiendo su propio exhorto, pasó a congratularse porque la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes aquí es más baja que en Colombia, Brasil, El Salvador o Nueva Orleáns. Las ventajas de México quedarán claras cuando decidamos hablar bien del país, concluyó.



Escribo ahora para pedirte –lector o lectora– que hagas exactamente lo contrario a lo que el Presidente exige. Escribo ahora para recordarte que el estoicismo, la resignación, la complicidad, el silencio, y la impasibilidad de tantos explican por qué un país tan majestuoso como México ha sido tan mal gobernado. Es la tarea del ciudadano, como lo apuntaba Günter Grass, vivir con la boca abierta. Hablar bien de los ríos claros y transparentes, pero hablar mal de los políticos opacos y tramposos; hablar bien de los árboles erguidos y frondosos pero hablar mal de las instituciones torcidas y corrompidas; hablar bien del país pero hablar mal de quienes se lo han embolsado.




El oficio de ser un buen ciudadano parte del compromiso de llamar a las cosas por su nombre. De descubrir la verdad aunque haya tantos empeñados en esconderla. De decirle a los corruptos que lo han sido; de decirle a los abusivos que deberían dejar de serlo; de decirle a quienes han expoliado al país que no tienen derecho a seguir haciéndolo; de mirar a México con la honestidad que necesita; de mostrar que somos mejores que nuestra clase política y no tenemos el gobierno que merecemos. De vivir anclado en la indignación permanente: criticando, proponiendo, sacudiendo. De alzar la vara de medición. De convertirte en autor de un lenguaje que intenta decirle la verdad al poder. Porque hay pocas cosas peores –como lo advertía Martin Luther King– que el apabullante silencio de la gente buena. Ser ciudadano requiere entender que la obligación intelectual mayor es rendirle tributo a tu país a través de la crítica.




Ahora bien, ser un buen ciudadano en México no es una tarea fácil. Implica tolerar los vituperios de quienes te exigen que te pases el alto, cuando insistes en pararte allí. Implica resistir las burlas de quienes te rodean cuando admites que pagas impuestos, porque lo consideras una obligación moral. Lleva con frecuencia a la sensación de desesperación ante el poder omnipresente de los medios, la gerontocracia sindical, los empresarios resistentes al cambio, los empeñados en proteger sus privilegios.




Aun así me parece que hay un gran valor en el espíritu de oposición permanente y constructiva versus el acomodamiento fácil. Hay algo intelectual y moralmente poderoso en disentir del statu quo y encabezar la lucha por la representación de quienes no tienen voz en su propio país. Como apunta el escritor J.M. Coetzee, cuando algunos hombres sufren injustamente, es el destino de quienes son testigos de su sufrimiento padecer la humillación de presenciarlo. Por ello se vuelve imperativo criticar la corrupción, defender a los débiles, retar a la autoridad imperfecta u opresiva. Por ello se vuelve fundamental seguir denunciando las casas de Arturo Montiel y los pasaportes falsos de Raúl Salinas de Gortari y las mentiras de Mario Marín y los abusos de Carlos Romero Deschamps y el escandaloso Partido Verde y los niños muertos de la guardería ABC y los cinco millones de pobres más.




No se trata de desempeñar el papel de quejumbroso y plañidero o erigirse en la Casandra que nadie quiere oír. No se trata de llevar a cabo una crítica rutinaria, monocromática, predecible. Más bien un buen ciudadano busca mantener vivas las aspiraciones eternas de verdad y justicia en un sistema político que se burla de ellas. Sabe que el suyo debe ser un papel puntiagudo, punzante, cuestionador. Sabe que le corresponde hacer las preguntas difíciles, confrontar la ortodoxia, enfrentar el dogma. Sabe que debe asumirse como alguien cuya razón de ser es representar a las personas y a las causas que muchos preferirían ignorar. Sabe que todos los seres humanos tienen derecho a aspirar a ciertos estándares decentes de comportamiento de parte del gobierno. Y sabe que la violación de esos estándares debe ser detectada y denunciada: hablando, escribiendo, participando, diagnosticando un problema o fundando una ONG para lidiar con él.




Ser un buen ciudadano en México es una vocación que requiere compromiso y osadía. Es tener el valor de creer en algo profundamente y estar dispuesto a convencer a los demás sobre ello. Es retar de manera continua las medias verdades, la mediocridad, la corrección política, la mendacidad. Es resistir la cooptación. Es vivir produciendo pequeños shocks y terremotos y sacudidas. Vivir generando incomodidad. Vivir en alerta constante. Vivir sin bajar la guardia. Vivir alterando, milímetro tras milímetro, la percepción de la realidad para así cambiarla. Vivir, como lo sugería George Orwell, diciéndoles a los demás lo que no quieren oír.




Quienes hacen suyo el oficio de disentir no están en busca del avance material, del avance personal o de una relación cercana con un diputado o un delegado o un presidente municipal o un Secretario de Estado o un Presidente. Viven en ese lugar habitado por quienes entienden que ningún poder es demasiado grande para ser criticado. El oficio de ser incómodo no trae consigo privilegios ni reconocimiento, ni premios, ni honores. Uno se vuelve la persona que nadie sabe en realidad si debe ser invitada, o el colaborador de una revista a la cual le recortan la publicidad.




Pero el ciudadano crítico debe poseer una gran capacidad para resistir las imágenes convencionales, las narrativas oficiales, las justificaciones circuladas por televisoras poderosas o Presidentes porristas. La tarea que le toca –te toca– precisamente es la de desenmascarar versiones alternativas y desenterrar lo olvidado. No es una tarea fácil porque implica estar parado siempre del lado de los que no tienen quién los represente, escribe Edward Said. Y no por idealismo romántico, sino por el compromiso con formar parte del equipo de rescate de un país secuestrado por gobernadores venales y líderes sindicales corruptos y monopolistas rapaces. Aunque la voz del crítico es solitaria, adquiere resonancia en la medida en la que es capaz de articular la realidad de un movimiento o las aspiraciones de un grupo. Es una voz que nos recuerda aquello que está escrito en la tumba de Sigmund Freud en Viena: "la voz de la razón es pequeña pero muy persistente".




Vivir así tiene una extraordinaria ventaja: la libertad. El enorme placer de pensar por uno mismo. Eso que te lleva a ver las cosas no simplemente como son, sino por qué llegaron a ser de esa manera. Cuando asumes el pensamiento crítico, no percibes a la realidad como un hecho dado, inamovible, incambiable, sino como una situación contingente, resultado de decisiones humanas. La crisis del país se convierte en algo que es posible revertir, que es posible alterar mediante la acción decidida y el debate público intenso. La crítica se convierte en una forma de abastecer la esperanza en el país posible. Hablar mal de México se vuelve una forma de aspirar al país mejor.




Esta es una posición vital extraordinariamente útil pero heterodoxa en un lugar que cambia pero muy lentamente debido a la complicidad de sus habitantes y sus gobernantes. Porque hay tantos que parten de la premisa: "así es México". Tantos que parten de la inevitabilidad. Tantos que parten de la conformidad. Ya lo decía Octavio Paz: "Y si no somos todos estoicos e impasibles –como Juárez y Cuauhtémoc– al menos procuramos ser resignados, pacientes y sufridos. La resignación es una de nuestras virtudes populares. Más que el brillo de nuestras victorias nos conmueve nuestra entereza ante la adversidad". Allí está nuestro conformismo con la corrupción cuando es compartida. Nuestra propensión a compararnos hacia abajo y congratularnos –como lo hace Felipe Calderón– porque por lo menos México no es tan violento como la ciudad de Nueva Orleáns.




Ante esa propensión al conformismo te invito a hablar mal de México. A formar parte de los ciudadanos que se rehúsan a aceptar la lógica compartida del "por lo menos". A los que ejercen a cabalidad el oficio de la ciudadanía crítica. A los que alzan un espejo para que un país pueda verse a sí mismo tal y como es. A los que dicen "no". A los que resisten el uso arbitrario de la autoridad. A los que asumen el reto de la inteligencia libre. A los que piensan diferente. A los que declaran que el emperador está desnudo. A los que se involucran en causas y en temas y en movimientos más grandes que sí mismos. A los que en tiempos de grandes disyuntivas éticas no permanecen neutrales. A los que se niegan a ser espectadores de la injusticia o la estupidez. A los que critican a México porque están cansados de aquello que Carlos Pellicer llamó "el esplendor ausente". A los que cantan en la oscuridad porque es la única forma de iluminarla.